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Publicado el miércoles, 2 de mayo de 2012
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De botellas y botellazos: Sarcasmos e Ironias

Desde todo punto de vista es completamente repudiable que alguien intentara –si es que eso fue lo que pasó, porque yo me niego a creerlo- tirarle una botella a la triunfante caravana donde iba el distinguido señor Presidente, su excelencia reverendísima, el doctor don Leonel Fernández.
No me quiero ni imaginar que la alevosa intensión era propinar un botellazo  a la testa gloriosa de este prohombre. Este grande hombre, al  cual, cuando el resto del  país crezca, tal vez consiga llegarle a los tobillos.
¿No se tratará de una de las tenebrosas  conspiraciones de Pepe Goico? ¿No podrá el siempre tan bien informado  Vincho  aportar algunos datos –acompañados de las correspondientes grabaciones, legales todas-  esclarecedores sobre lo que podría ser una intentona terrorista, orquestada por los narcotraficantes que se sienten amenazados con la competencia, a su juicio desleal, y los cubos y tumbes que les propinan  las autoridades gubernamentales, no para acabar con el negocio –en eso estamos claros- sino para sustituirlos en su liderazgo?
El episodio es preocupante. La probable víctima no era la irrelevante anciana de Santiago, a quien la policía le dio  “por equivocación” una golpiza bestial, hace unos días, dejándola medio muerta,  hinchada y amoratada.
No es una anónima mujer, víctima de un feminicidio  rutinario.  No es uno de esos desheredados de la fortuna, a quien la policía asesina a tiros, aunque no a botellazos, lo que tal vez no deja de ser un marcado progreso.
No. Este no es un ciudadano de quinta categoría, como es el resto del país, especialmente la parte que no está inscrita en el partido oficial.
Esto es alarmante. Hay que investigarlo a fondo.  Se trata un estadista  preclaro y  excelso. Un visionario.  El Mesías.
Una  figura descollante no sólo de nuestra manchosa política bananera y nuestra un tanto equívoca y notablemente tropical historia, sino que ha hecho aportes de inconmensurable valía al orden político y económico mundial, como se puede atestiguar  con la brillante –y presurosamente engavetada- propuesta presentada tiempo atrás ante las Naciones Unidas –y celebrada muy espontáneamente  por toda cabeza pensante del Mundo- para acabar con la especulación mundial de los alimentos, siguiendo la misma estrategia con la que ya se ha acabado en República Dominicana con la especulación en los precios de los combustibles, entre otras muchas  iniciativas de similar alcance y envergadura.
Es El Presidente. Un tipo tan decente, tan educado, tan comedido, tan respetuoso, tan sensible, tan apegado a la ley, dotado de tantas virtudes loables, tan receptivo ante las reivindicaciones reclamadas por su pueblo. Tan transparente. El campeón de la transparencia.
Un tipo tan serio, tan honesto, tan recto.  La  acrisolada honestidad es definitivamente su atributo más notable, junto con su admirable apego a los principios.
Un Presidente democrático, tan consciente de los derechos humanos (que nunca permitiría que militares y policías maten o golpeen a ciudadanos y ciudadanas indefensos bajo el argumento de los intercambios de disparos de un solo lado), tan sensible ante los problemas sociales acuciantes y tan decidido y atinado a la hora de enfrentarlos.
Es que este pueblo tan plebe  no entiende el reglamento, ni digiere lo obvio. No se merece una lumbrera de esa categoría.
El Presidente ya tiene suficientes botellas. Miles. Más de un ciento de miles. Quizás más de dos. No necesita ninguna extra y menos estrellada en su tan bien dotada cabeza (el cerebro mejor amueblado del país, afirman sus más exquisitos alabarderos).
Tiene que haber un orden. Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio. No se puede tolerar la anarquía. Las botellas, oficiales y clandestinas, van en la nómina formal del gobierno y en las nominillas subterráneas de los distintos ministerios.
También son muy bien vistas  las botellas de ron que les reparten a la chusma vociferante,  junto con la payolita de entre 1,000 y 1,500 con la que se alquila cada manifestante y, desde luego, son recomendables las botellas de  champán Moet  Chandon que beben  -entre otros- las  bailarinas que animan las caravanas con sus  nalgas y tetas.
La majestad del cargo del Presidente  no se merma  con incidentes menores, como el  aroma  a robo, o como el hecho de vaciar el presupuesto nacional en la campaña de los candidatos del partido en el gobierno, ni con la orquestación de mafias internacionales con testaferros, ni  con el clientelismo y la corrupción generalizada.
Ni siquiera con la abrumadora sordidez de las caravanas mismas, ni con los accidentes,  confrontaciones y turbias trifulcas que a veces las acompañan.
Esas  particularidades  animan el  colorido espectáculo  en vez de deslucirlo.
Pero ¿Una botella vacía, volando en el aire con un destino incierto, quizás muy ambicioso? No. Eso es demasiado.
A  los presidentes no se les tiran botellas. Ni siquiera a los que las fabrican y viven de ellas.
Por un asunto de etiqueta y protocolo. Por un requisito de civilidad. Por una cuestión de respeto al guión.  Es el Presidente quien tiene la prerrogativa de tirarnos las botellas a nosotros.
El papel del pueblo, si no consigue la deseable perfección de la indiferencia absoluta, es el de ser  ecuánime, pacífico y dócil,  cuando por el lado le pasen las botellas del gobierno bebiendo  botellas de champán y ron en las carnestolendas que preside el solemne Presidente.
El pueblo está para recibir los botellazos. Jamás para darlos.

Publicado en fecha: miércoles, mayo 02, 2012.
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