Publicado el miércoles, 1 de septiembre de 2010
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Entrevista al Chamán Credo Mutwa sobre Los Reptilianos
Señor, era un día como cualquier otro, un día bello en las montañas al Este de Zimbabue, que llamamos Inyangani. Mi maestra me había enviado a recoger una hierba especial que íbamos a usar para curar a cierto iniciado que estaba muy enfermo. Mi maestra, Mrs. Moyo, era Ndebele, de Zimbabue —una vez conocida como Rhodesia. Estaba buscando la hierba sin pensar en otra cosa, y no tenía ninguna creencia respecto a estas criaturas. Nunca me los había encontrado antes. Era un gran escéptico, incluso con ciertas entidades en las que creíamos en aquel tiempo, porque nunca me había encontrado con algo así. Y, de repente, me di cuenta que la temperatura alrededor mío había descendido, a pesar que era un día muy caluroso. Advertí que en ese momento estaba muy frío y había lo que parecía ser una niebla azul a mí alrededor, colocándose entre mi persona y el paisaje del Este. Recuerdo que me preguntaba, estúpidamente, qué significaba esa cosa, porque recién había empezado a cavar por una de las hierbas que había hallado. De pronto me encontré en un lugar raro, parecía un túnel revestido de metal. Había trabajado en minas anteriormente, y donde estaba parecía ser un túnel de una mina cubierto con metal plateado-grisáceo. Estaba recostado en lo que parecía ser una mesa de trabajo muy grande. Pero no estaba atado a la mesa. Solo acostado allí y sin pantalones, y sin mis botas que usaba para estar en el matorral. De repente, en esta extraña habitación que parecía un túnel, vi lo que parecían ser criaturas con grandes cabezas, de color gris opaco, acercándose a mí. Había luces en este lugar, pero no luces como las que conocemos, sino cosas incandescentes. Y algo que parecía ser escritura en la superficie del túnel. Las criaturas se me acercaban pero yo estaba hipnotizado, como si me hubieran lanzado un hechizo a la cabeza. Veía a las criaturas acercándose, no sabía que eran. Tenía miedo, pero no podía mover ni mis brazos ni mis piernas. Sólo yacía allí como una cabra en el altar de sacrificios. Eran criaturas de baja estatura, del tamaño de un pigmeo africano. Tienen cabezas bien grandes, brazos y piernas muy delgados. Lo noté, señor, porque soy artista, un pintor, y estas criaturas tenían todo mal desde el punto de vista artístico. Sus extremidades eran muy largas para su cuerpo, y sus cuellos muy delgados. Sus cabezas son tan grandes como una sandía madura. Tenían ojos raros, que parecían grandes “anteojos”. No tenían nariz, como nosotros, solo pequeños orificios en el área entre los ojos. Su boca no tenía labios, solo pequeños cortes hechos como por una navaja. Y mientras yo miraba a estas criaturas fascinado, sentí algo cerca de mi cabeza. Y cuando miré para arriba, había otra criatura, ligeramente más grande que las otras, parada cerca de mi cabeza observándome. Miré sus ojos y estaba totalmente hipnotizado. Miré los ojos de la criatura y me di cuenta que ésta quería que yo siguiera mirándolos. Seguí mirando y vi, tras esa cubierta o especie de “anteojos” oscuros, los verdaderos ojos de la criatura. Éstos eran redondos, con pupilas rectas, como de un gato. Y esta cosa no estaba moviendo su cabeza, estaba respirando; pude ver eso. También podía ver su pequeña nariz moviéndose, abriendo y cerrando; pero, señor, si alguien me hubiera dicho que yo olía como esa criatura le hubiese metido una trompada en la cara. |
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